lunes

Deseo


Una casa.
Un pequeño espacio de luz que contenga mis papeles y mis canciones. Quiero una casa con ventanas y macetas. Y unos pájaros en la ventana bien azules y afinados. Y pasillos que me sostengan cuando me maree de alegría o de dolor. Quiero una casa que sea amarilla, o verde, o blanca. Que se deje pintar mientras la transformamos tarareando. Que suspire y yo la escuche. Quiero un susurro de estrellas en mi ventana cuando el insomnio venga, como siempre, a cuidarme el llanto y los sueños. Quiero una taza en esa casa donde haya café y té de frutilla. Donde haya una mano que me la alcance cuando el invierno amenace de frío. Una puerta abierta quiero, para los amigos y las brisas que el verano quiera regalar. Un balcón desde donde pueda verte, o quiera verte, o nada y sólo un vientito con olor a vainilla te recuerde. Quiero un tiempo de siesta en esa casa en otoño. Quiero lugar para mis pantuflas. Y unas copas de vino que puedan ablandar los labios de cualquier huésped. Una cama quiero, que me guarde y me entregue. Unas amigas que abracen cuando la casa sea refugio y trinchera. Y que sea una vieja canción compañera la que musicalice las vísperas de la cena con sopa de fideos de letras. Quiero una casa que mire al sur. Quiero unos libros que vivan de noche y anden por la cocina como fantasmas y abran las puertas y los frascos de galletitas. Y unas historias en esos libros en esa casa llena. Y un amor en la puerta. Y una tristeza. Quiero unos cuadros que nos saquen de viaje. Y unos viajes ciertos que me hagan extrañarla y abandonarla para que crezca y luzca distinta siempre a la vuelta. Un rincón quiero donde leer los libros que todavía no leí. Un sillón donde poder olvidar mientras lloro. Un horizonte con árboles y río, que me recuerden que esta ciudad se enamora. Y una ventana desde donde la lluvia sea sólo jazz y chocolates. Quiero un timbre que me sorprenda. Una casa quiero, que reciba mi cansancio y mis botas y no pregunte. Una mirada quiero en esa habitación. Quiero un mate a la mañana, que transforme el mal humor en medialunas y sea silencio y risas. Una mesa amiga con sillas ocupadas. Una mesa callada que nos recupere del día. Una casa quiero, una mantita en las rodillas y una poesía a medio terminar y que no se deje. Unos pisos que sostengan nuestros bailes alguna madrugada de fin de año. Una vereda quiero, que se ofrezca generosa las noches de verano. Y el sol, desde donde sea que aparezca. No sé si todo esto, o sólo algo será cierto. Pero lo deseo, y eso ya está en el mundo. Y me basta.

viernes

Consultalo con la almohada


—...Si no, tenés ésta, la almohada inteligente, con el interior de espuma de alta memoria y una suave funda de tejido de punto, que copia la forma de la cabeza durante el descanso y vuelve a su forma original una vez que levantás la cabeza... ideal para cervicales rectificadas.



—¿Inteligente, dijo?
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(diálogo tristemente verídico)

domingo

Las ciudades invisibles, Italo Calvino

"Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos"






LAS CIUDADES Y LOS INTERCAMBIOS
En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras miradas, no se detienen.
Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, con ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura a la otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que todas las combinaciones en un instante se agotan, y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto con cadena, una cortesana con abanico de
plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así, entre quienes por casualidad se juntan para guarecerse de la lluvia bajo un soportal, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos. Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.