domingo

Manifiesto de estación




—Todo es diferente cuando hace otoño —dijo cuando la ventana mostraba cenizas nuevas.

Insisto en querer caminar junto al ser más cercano y señalar la infinidad de hojas que revisten el piso. Insisto en quedarme sosteniendo con las dos manos una taza en la que puede haber sopa, café o té de menta peperina.
Los silencios del otoño parecen hablar del final del amor; de la tristeza sepia de las calles de Mendoza, de mi ciudad cuando está a punto de llover y corre algo que se parece al viento.

Un espasmo de cielo rojo conmueve cuando no tenemos tarea, ni trabajos por hacer, y nos quedamos a mirar este capítulo ambiguo y castaño que está musicalizado por nocturnos de Chopin. Cuando la tarde cavila y no se decide a ser fría del todo. Cuando el sol se guarda tibio y aunque amarillo y radiante, nos obliga a mirarlo en pantuflas.

Los bares devienen refugios. La cama es una trinchera y el mundo está afuera. Amenaza dulce de otoño. Las letras del verano buscan resguardarse de las nuevas borrascas. Y mis manos las archivan como ropas hasta pronto.

Hace otoño en mis calles y busco compañía. Busco a quien decirle que hace dos días era verano y que las veredas buscan caminantes de siesta.




Tenía que decirlo.